El laureado boxeador vallecano pasa página en 'A golpes con la vida', una biografía con la que se sacude los malos espíritus que le acudieron tras perder el combate por el título de campeón del mundo contra el púgil estadounidense Pernell Whitaker
Es el evangelio de Policarpo según él mismo: A golpes con la vida, una biografía para pasar página. Lo cuenta todo, incluso "los recuerdos malos", precisamente para que dejen de preguntarle por ellos.
El exorcismo lo ha practicado Espasa, que le sacó de dentro dos centenares de páginas malignas, pero también mucha cosa buena. La historia del chico de barrio que pudo ser Vaquilla pero se quedó en Potro, un boxeador al que le tuvieron que extirpar los pólipos nasales porque cuando respiraba por la boca parecía que hablaba el demonio.
"Lo he hecho para ver si así no me repiten siempre lo mismo". Hacer el libro. Lo mismo es su afición por el barranquismo vital, o sea, la verticalidad de arriba abajo. Pero eso viene luego de las siete veces campeón de España de los pesos ligeros y de las ocho campeón de Europa. Y de Pernell Whitaker, aquel negro, intratable en los noventa, que no logró noquearlo en el Norfolk Scope Arena, donde el vallecano entró con el Bravo, campeón de Los Chunguitos y salió con una costilla fisurada, el meñique de la izquierda roto y un porrón de millones, tantos que nunca ha confesado cuántos.
El título mundial se lo quedó el púgil estadounidense, que "celebró la victoria como si hubiera ganado por primera vez". Poli estrenaba derrota en la lona y, a partir de entonces, comenzaría a encajar crochets fuera de ella. "No ha acabado mi carrera, hay más escalones que subir", declaró a la prensa. Mas, como evoca en su biografía, el futuro le depararía el combate más duro, "y contra un rival que había ganado ya por KO a millones de personas". Empezó con el perico y se pasó al caballo. Cada vez que iba al banco, sacaba un mazo de 500.000 pesetas, pero eso cuando tenía, porque para procurarse el jaco tuvo que responder a las preguntas de La máquina de la verdad o dar la talla en El Potro se desboca: su rostro había pasado de las carátulas de videojuegos a las de pelis porno.
"En el barrio empezaron a faltar héroes y a sobrar heroína", auguró tiempo antes, lozano y sanote. Si bien Poli había sido un ciclón hasta su adolescencia, nada más poner un pie en el gimnasio de Vallecas, donde el estadio del Rayo, se convirtió a la religión del sudor. Tocaba velada y, hasta una semana antes, no dejaba de trabajar como albañil: puño de obra. La noche del combate, boxeaba a golpe de pedaladas coléricas, como Perico Delgado. Todo por subir lo antes posible aquella cuesta que arrancaba en la calle Arroyo del Olivar, Palomeras Altas, Valle del Kas. Cuando se hizo con su primer cinturón, en 1986, se lo regaló a su preparador. "Era de chapa barata y tenía el águila del escudo de Franco", un dictador que había muerto una década atrás.
"Con ocho años, me ingresaron en
un hospital, pero luego no quería irme. Allí me daban de comer carne,
que yo no la veía ni por televisión"
Pero eso ya es historia. Ahora, tiene una Eva
que le ha ayudado a quitarse, da cursos de boxeo y ha escrito el libro
de su vida. Le comento no sé qué de Twitter y se pone en guardia. Carece
de cuenta en esa red social y está mosqueado porque alguien ha
suplantado su identidad. "Sólo tengo Facebook", insiste. "Estoy hasta la
polla de ese menda, es un sinvergüenza". Me pide que lo escriba y doy
fe. "¿Es posible saber quién es?", pregunta. "Más que nada para poder
decírselo a la cara". Poli Díaz, el tío que en 1991 ató al sillón a
media España. La otra estaba durmiendo y él, desde entonces, sigue
soñando. "¡Venga, Poli, campeón!", le jaleaban en el barrio a su paso.Fuente: publico.es
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