Los usuarios no quieren el producto procesado y empacado: quieren contribuir en lo que reciben –y están dispuestos a pagar por ello.
¿Qué aspecto de la vida moderna no ha
sido modificado por las redes sociales? Aunque su contribución parezca
pequeña, la personalización de las experiencias online, así como las
prácticas y necesidades del usuario han ido cambiando el rostro de la
industria musical, del cine, de la comunicación y, por supuesto, de la
pornografía.

Cientos de sitios ofrecen un chat en vivo con hermosas exponentes del porno por una cuota que podría ser el equivalente al precio antiguo de
una película porno por, digamos, 5 o 10 minutos de experiencia directa.
Esto, para muchos fans, constituye un nuevo tipo de relación.
Al interactuar con los fans, las
pornstars también aprenden sobre las necesidades de su sector de mercado.
Para Ruby Knox, una veterana de la industria, no se trata sólo de
disfraces o juguetes sexuales: se trata del comercio de la ternura. “Soy
una ‘prostituta de sentimientos’“, afirma. “El 95% de mi
tiempo ‘exclusivo’ [con el cliente en una sala de videochat] se trata de
mí haciendo de psicóloga o escuchando una experiencia tumultuosa que
marcó la vida del individuo. Si puedo ayudar a alguien mientras aprendo
más sobre mí misma y sobre la humanidad, eso califica como una
victoria.”
Y entender a la humanidad también es muy lucrativo.
Los fans son tan comprometidos como los
de una banda de rock: no sólo visitan las páginas de su estrella
favorita de manera muy frecuente (digamos, varias veces al día), sino
que les envían regalos y se preocupan por ellas. Norman, un visitante
asiduo de webcamers, afirma que está a punto de ir a la bancarrota por
su obsesión con tres chicas –desde su perspectiva, Norman siente que
está en una relación con las tres, por lo que “las veo regularmente en
línea, les compro regalos, no quiero decepcionarlas. Hago lo que puedo
para hacerlas felices. Gasto tanto tiempo y dinero en ellas como haría con una novia, y nunca peleamos.”


Esto implica también un cambio en la conceptualización del “cliente”, devenido ahora usuario luego de haber sido visto como consumidor durante décadas por la industria para adultos.
Desde el punto de vista de las
prestadoras de este servicio también representa un cambio en el modelo
tradicional del entretenimiento para adultos: en lugar de asistir a
grabaciones, vérselas con compañeros y compañeras de trabajo, asistir a
convenciones y todo eso, todo lo que se necesita para ser una webcamer
es eso, una webcam y algo de tiempo disponible para
hacer shows desde tu propia casa; perspectiva que comienza a ser
obligatoria incluso en los sitios de pornstars consagradas como la
francesa Katsuni, veterana de la industria que hace realidad las
fantasías de sus fans en sesiones privadas de 1 a 1.
Mujeres (y cada vez más hombres en un
considerable mercado gay) de todas las nacionalidades y estratos
sociales destinan algunas horas al día para shows privados en distintos
sitios web. Además de la independencia económica y de tiempo que esto
representa, las webcamers atienden a una de las características del
Internet de nuestros días: la extrema personalización de la experiencia
del usuario. Y lo hacen muy bien.
[Con información de The Daily Beast]
[Fuente: pijamasurf.com]
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